lunes, 28 de septiembre de 2020

El día decisivo (fragmento)

 "Augusto Pinochet Ugarte. Capitán General, Comandante en Jefe del Ejército. Presidente de la República. Estado Mayor General del Ejército de Chile. Departamento de Relaciones Internas. Memorial del Ejército de Chile. Biblioteca del oficial. 1979"

 

-Presidente, mi interés se centra en su posición frente al comunismo. Usted es, históricamente, el único que hasta ahora ha logrado derrocar un régimen marxista. Para muchos es Ud. el antimarxista por excelencia. ¿Ha sido siempre antimarxista? ¿Conoce Ud. bien el marxismo?

 

-Mi repudio a los marxistas-leninistas es producto de mi conocimiento de su doctrina, con la que tomé mis primeros contactos cuando estuve a cargo de los relegados comunistas en Pisagua en enero y parte de febrero de 1948 y, posteriormente, cuando fui Delegado del Jefe de la Zona de Emergencia en el centro carbonífero de Schwager. Allí nuevamente tuve que ocuparme de los comunistas y sus actividades. Más adelante me adentré en el estudio y el análisis de su doctrina y de sus métodos. En esas lecturas observé con preocupación cómo tiende el marxismo a alterar los principios morales que deben sustentar la sociedad, hasta alcanzar su destrucción a fin de sustituirlos por las consignas ideológicas del comunismo.

 

Así, por espacio de veinte años me fui interiorizando en esa ideología que no vacilo en calificar de siniestra, hasta convencerme finalmente de que la única forma de enfrentar a tan hipócrita y contaminadora doctrina consiste en la fortaleza espiritual y la firmeza y cohesión de quienes la repudian. Asimismo entendí que no es posible pensar en una lucha anticomunista eficaz cuando se está enmarcado en añejos esquemas democráticos. Siempre respeté y admiré esta concepción política, la democracia, pero, no obstante sus bondades, si no media una debida adecuación, es absolutamente incapaz de enfrentar al comunismo. Mucho menos puede detener la acción de una doctrina totalitaria porque, paradójicamente, es en la propia democracia tradicional donde se encuentran las mayores facilidades para destruirla.

 

-¿Vio Ud. en consecuencia, en el triunfo de la Unidad Popular el comienzo del fin de la antigua democracia chilena?

 

-Con enorme inquietud recibí el triunfo del candidato de la equivocadamente llamada Unidad Popular, y con creciente angustia presencié cómo en Chile se deterioraba su consistencia social, moral, económica y política. Sin embargo, este proceso no se inició en el gobierno de la Unidad Popular, porque desde tiempo atrás la demagogia venía arrastrando al país hacia su destrucción. En su etapa final, dio la primera mayoría relativa en las urnas a un hombre que reconocía ser marxista-leninista y que, dos meses después, sectores mayoritarios del Congreso designaban Presidente de Chile. Fue un espectáculo muy desconcertante el que dimos al mundo: un país tradicionalmente democrático entregó su libertad a un sector totalitario. No se impuso éste por la fuerza de las armas, como ha sucedido en todos los países en donde gobierna el comunismo, sino que fue entregado por una corriente de la propia democracia.

 

-¿Piensa Ud. que con la experiencia de la Unidad Popular el país quedó "vacunado" contra el comunismo?

 

-Dentro de esta amarga realidad, tan negativa para la Nación, debo considerar que también existió un factor positivo: el triunfo de la Unidad Popular fue la mejor vacuna para el país, ya que grandes sectores quedaron predispuestos a rechazar en el futuro esta doctrina, pero ello se logrará siempre que a las nuevas generaciones se las ilustre de lo que es el comunismo, si no, todo se olvida.

 

Su nefasta administración hizo sufrir los excesos a que lleva la doctrina marxista-leninista y se logró así una experiencia que no habría sido posible si hubiese triunfado alguno de los candidatos democráticos.

 

-¿Pero habría sido elegido de todas maneras, tarde o temprano, un gobierno marxista?

 

-La demagogia habría continuado abriendo el camino al comunismo y señalándolo como la panacea para Chile. Tal política habría continuado socavando los cimientos mismos de la institucionalidad, hasta hacer posible más adelante el triunfo, tal vez definitivo, del comunismo. Porque, según los comunistas, el tiempo trabaja para ellos.

 

Tengamos, pues, la certeza de que los comunistas hubieran seguido tratando de imponerse, quizás en mejores condiciones, y hasta conseguir un éxito más decisivo.

 

Dios hace siempre las cosas para bien, y el caso de Chile así lo prueba. Al repasar hoy los hechos con la perspectiva del tiempo transcurrido [1979], llegamos a la conclusión de que todo lo sucedido en esos años fue para mejor.

 

-¿Cree Ud. que todos aprendieron la lección?

 

-Al recordar esos días de angustia, en que uno se sentía impotente a pesar de querer a toda costa evitar el caos que se veía venir, considero que esas penurias son hoy nuestro mejor aliciente para afrontar con energía y hasta dureza a todos aquellos que, creyendo que el peligro pasó, quieren volver al inaceptable juego político que arrastró al país hacia el abismo. Son los mismos que ya nos llevaron a la noche negra del marxismo. Son los mismos que, para satisfacer sus ambiciones, cultivaron un proselitismo demagógico que hoy quisieran reeditar mediante el regreso al antiguo sistema democrático. A ellos los repudia Chile entero porque sabe que son los más grandes responsables de las desgracias que sufrimos.

 

-¿Incluso lo sucedido el 11 de septiembre de 1973?

 

-Chile debió reaccionar ante su creciente degradación política para evitar tener que llegar a un Once de Septiembre. Pero a esas alturas no había otra forma para salir de la tiranía sin retorno a que nos llevaba el Gobierno de la Unidad Popular.

 

Repito que el drama se había iniciado mucho antes del 4 de septiembre de 1970. Comenzó cuando en el escenario político la autoridad transaba y cedía para no enajenarse el posible apoyo de un adversario interesado. Fue por ello que se aceptaron los peores actos de indisciplina, el robo, las ocupaciones ilegales de la propiedad rural o urbana; aceptaron la injuria y el libertinaje de una prensa aviesa y corrompida, porque sólo se pensaba en triunfar en las urnas sin importar el precio de degradación social que se pagaba.

 

El 4 de septiembre de 1970 los partidos triunfantes encontraron el terreno bien abonado. Los nuevos conductores de la Nación sólo necesitaban continuar la labor de destrucción para contribuir a hacer de Chile un nuevo "Paraíso Comunista".

 

-¿Dónde estaba Ud. ese 4 de septiembre?

 

-En Iquique. Cuando en la noche del 4 de septiembre de 1970 escuchamos en el Cuartel General de la VI División de Ejército las noticias del triunfo del candidato de la Unidad Popular, nos sentimos abrumados. Quienes concordábamos en que en esa elección la disyuntiva era la libertad o el totalitarismo comunista, temimos que nuestra Patria terminara por ser destruida y subyugada. Recuerdo que esa noche reuní a mis oficiales y les expresé: "Chile entra a un período que no deseo calificar, pero quien conozca a los marxistas-leninistas comprenderá por qué siento horror al pensar en los sucesos que ocurrirán a muy breve plazo. Esta crisis no tiene salida. Sin embargo, aún espero que los partidos políticos no acepten este azote para el país. Y en cuanto a lo que a mí respecta, creo que ha llegado el fin de mi carrera, pues el Sr.Allende tuvo hace unos años una dificultad conmigo en Pisagua y debe conocer mi actuación con los comunistas en Iquique. Creo que el problema de Chile se agravará día a día, para llegar, finalmente, a manos del Ejército, cuando todo esté destruido..."

 

-Pero no había llegado el fin de su carrera. Parece que Allende no se desquitó...

 

-En efecto, mi destino no se encauzó como yo lo pensé ese día. Al parecer Allende me confundió, como sucedió otras veces, con el General Manuel Pinochet, y yo, recordando las tácticas que ellos emplean, me mantuve en silencio y actué con cautela.

 

Esa fase de mi vida, desde aquella fecha hasta el martes 11 de septiembre de 1973, fue de constante angustia. Mis actuaciones como Comandante de la Guarnición de Santiago, luego como Jefe del Estado Mayor General del Ejército, y como Comandante en Jefe Subrogante del Ejército, que culminó con la de Comandante titular, fueron etapas dramáticas debido a la responsabilidad que dentro de la Institución recaía sobre mí en días crecientemente difíciles. Mi conciencia de soldado que ha jurado defender con su vida a la Patria se atormentaba al verla desmoronarse sin poder hacer nada para iniciar una reacción que alentara la esperanza de salvar el país.

 

Al analizar la realidad de Chile, pasaba por mi mente la obvia consideración de que el más indicado para solucionar los problemas del país es quien tiene la responsabilidad del Gobierno. A él le corresponde enmendar el rumbo.

 

-Pero no puede solucionar los problemas de un país quien precisamente dirige a aquellos que los están creando.

 

-Es cierto. Sin embargo, muchos creíamos que el rumbo sería enmendado por Allende, pero ello no pasó de ser una ilusión. En realidad, cada día se fue alejando más la esperanza de que Allende reaccionara. Sin embargo, de mi mente no se apartaba la idea de que todo proceso relacionado con la conducción de un país no podría hacerse sino a través de los cauces políticos establecidos.

 

-Pero después Ud. demostró haber cambiado de opinión.

 

-Los hechos acaecidos en los años 1971, 1972 y 1973 terminarían por convencerme de que era necesario cambiar tal posición, y de que por largo tiempo no sería posible volver a un sistema de gobierno civil. A medida que los conflictos que convulsionaron al país fueron haciéndose más y más agudos, ellos me llevaron paulatinamente a modificar mi pensamiento y a reconocer que el problema de Chile ya no tenía salida política posible. Nuestra Patria sólo podría ser salvada por la fuerza de las armas, y esta medida debía ser adoptada antes de que fuera irreparablemente tarde.

 

Capítulo VII. Actividades del día 10 y noche del 10 al 11 de septiembre de 1973

 

-Cuando se retiraron los visitantes, repasé los acontecimientos recién ocurridos que tanto complicaban el esquema trazado.

 

El hecho de anticipar para el 11 de septiembre la acción prevista para el día 14, significaba un peligroso cambio en los planes y en la forma de actuar. Sin embargo, entre molesto y preocupado, me dije para mí que no se debe "torcer la mano al destino" y que si en ese momento la Providencia me imponía aquel cambio de fecha, tendría que ser para mejor. Con esta conformidad me retiré a descansar.

 

-¿Descansó esa noche?

 

-Recuerdo que esa noche del 9 al 10 de septiembre fue de insomnio y búsqueda de soluciones al problema creado por el anticipo de la fecha. En la planificación, se había escogido el 14 de septiembre como fecha de acción, porque ese día era la Revista Preparatoria y no llamaría la atención el hecho de efectuar un alistamiento y repartir munición. En cambio, si se entregaban las municiones el día 11 en la mañana, o el 10 en la noche, era muy posible que los marxistas detectaran que algo anormal pasaba en las unidades y tomaran medidas para impedir nuestra acción, lo que nos podía llevar a un enorme derramamiento de sangre.

 

Debía, por lo tanto, buscar una solución al problema que se había creado, y alterar el esquema inicial de la acción militar. Además del cambio de fecha, las dudas que surgían en esas horas de la noche eran varias y necesitaba encontrarles solución antes de la llegar al Ministerio de Defensa Nacional.

 

-¿Por ejemplo?

 

-En primer lugar, variaba totalmente el esquema de cómo alcanzarían las tropas el alistamiento deseado sin despertar sospechas en el Gobierno y en los partidos marxistas. La entrega de munición, la preparación de armas pesadas, el alistamiento de vehículos, etc., son siempre muy notorios. Luego, era necesario encontrar una razón que sirviera de pretexto para alistar a las Unidades. La forma ya prevista no habría causado alarma en el Gobierno, pero ahora ello no se podía realizar, y la anticipación convenida nos dejaría al descubierto pese a todas nuestras precauciones. Pensé cómo se podía promover el alistamiento de las unidades ubicadas fuera de Santiago, las que debían estar prontas para concurrir al combate hacia la capital, para producir un doble cerco, si al combatirse en el centro de la ciudad actuaban los marxistas desde los cordones exteriores. Para afrontar esta situación decidí avisar a esas unidades, mediante comunicación secreta, que el paso de preparación para el combate se debía hacer al amanecer del día 11 de septiembre, quedando listas para salir hacia el lugar de la lucha en cuanto se ordenara.

 

Cerca de las cuatro de la mañana me quedé dormido sin encontrar la justificación que no despertara sospechas en el Gobierno, al alistamiento de la Guarnición de Santiago para la mañana del martes 11. A pesar de todo cuanto pensé sobre esta materia, no encontré solución alguna para actuar sin producir sospechas. Desperté, pues, el día 10 de septiembre con gran preocupación y angustia. Fuera como fuese, era preciso actuar con la mayor naturalidad, al igual que todos los días. Por tal razón el trabajo debía desenvolverse ese lunes con la más absoluta normalidad y las actividades diarias fijadas en el calendario de Servicio debían desarrollarse como estaban previstas. Y así se desarrollaron esa mañana memorable. Al partir desde mi domicilio para el Ministerio, persistía en mi mente mi secreta preocupación de cómo efectuar el alistamiento de las tropas sin causar alarma entre los marxistas.

 

-¿Y cómo solucionó el problema?

 

-Al llegar a mi oficina, encontré sobre el escritorio, como todos los días, la prensa de esa mañana. ¡Cuál no sería mi asombro al descubrir allí, leyendo los primeros titulares, la forma precisa de terminar mi angustiosa incertidumbre! Ante mis ojos estaba la solución al problema que me atormentó toda la noche. Con grandes titulares decía la prensa que Carlos Altamirano, en una reunión en el puerto de Valparaíso, hablando violentamente, según su costumbre, había proferido amenazas y tratado de producir un clima de agitación. Esta actitud suya coincidía con la grave circunstancia de que el martes los Tribunales de Justicia de Valparaíso debían pronunciarse sobre su desafuero, que, de ser acogido, produciría sin duda serios actos de violencia que comprometían la seguridad interior. Tales sucesos podrían degenerar en una sangrienta acción que se propagaría eventualmente al resto del país. Luego, todas estas probabilidades había que preverlas cuidadosamente, anticipando las medidas necesarias para evitar los males consiguientes.

 

Allí estaba por lo tanto la solución, y nuevamente la Providencia nos proporcionaba su generosa ayuda. El encubrimiento resultaba perfecto; nadie podía oponerse a que tomáramos medidas para resguardar el orden. Tales disposiciones nos permitían encubrir todo el alistamiento de las tropas de Santiago y alrededores. Cuando recuerdo ese momento, veo que aquel hombre nefasto difícilmente apreciará cuánto nos ayudó con su obsesión subversiva. Y doy gracias a Dios por haberlo cegado. El señor Altamirano, el opositor más encarnizado de las Fuerzas Armadas, había proporcionado, mediante una jugada del destino, la solución más insospechable a las preocupaciones del Mando. El Ejército tiene que reconocerle tan valioso y oportuno servicio.

 

Cuando terminé de leer la prensa, y luego de meditar brevemente, debo decir que con verdadera alegría me dirigí al cuarto piso, donde están ubicadas las oficinas del Ministerio de Defensa Nacional. De inmediato pasé al despacho del Ministro. Orlando Letelier, a quien, después de darle a conocer la preocupación del Ejército y mostrarle con sus grandes titulares, le expuse lo siguiente:

 

«Este caballero, que en nada ayuda a solucionar la tirantez que domina en la ciudadanía, me obliga a disponer un acuartelamiento de las tropas para mañana por la mañana en previsión de posibles disturbios que se puedan producir, no sólo en Valparaíso, sino también en Santiago, a consecuencia del probable desafuera como Senador del Sr.Altamirano.»

 

-¿No puso objeciones Letelier?

 

-El ministro, después de un ácido comentario contra Altamirano, guardó un silencio que interpreté como que se daba por informado de la medida que había adoptado. Eran las 10.15 horas del día 10 de septiembre. Regresé tranquilamente a mi despacho, con la sensación de haberme sacado un enorme peso de encima. Y así era, en efecto. Pero nada traducía mi inmensa alegría interna.

 

Tenía la solución al problema. Ahora era necesario tomar todas las medidas para que el Gobierno no fuera a dar un paso atrás, y para ello todo debía seguir su curso normal. Así, las actividades de esa mañana fueron las acostumbradas y en ningún momento dejé traslucir preocupación alguna. Ese día debí atender a un grupo de Generales retirados, que traían algunas inquietudes. Los escuché atentamente y hoy, cuando converso con algunos de ellos, dicen que nada fue motivo de sospecha. A mediodía llamé al Ayudante del Comandante en Jefe y le ordené que citara para las 12.30 horas, en mi oficina, a los Generales Bonilla, Brady, Benavides, Arellano y Palacios, es decir, a los que el día siguiente iban a mandar las diferentes columnas hacia La Moneda. Hasta ese momento, persona alguna conocía mis propósitos para el día siguiente, salvo los otros Jefes de las FF.AA.

 

-¿Y carabineros?

 

-Ese día también fui informado de la decisión histórica del Cuerpo de Carabineros de unirse a las instituciones de las FF.AA, además de la seguridad de que cuando se efectuara el ataque ellos no actuarían contra las tropas.

 

-¿Cómo se desarrolló la reunión con los Generales?

 

-A la hora señalada se presentaron los Generales en el despacho del Comandante en Jefe. De inmediato cerré la puerta con seguro y les ofrecí asiento. Me acerqué al mueble donde se guardaba una réplica de la espada del General O'Higgins, la tomé y desenvainé y solemnemente les hice jurar, como soldados, que todo lo que se hablaría allí se mantendría en el más absoluto secreto, que debía ser guardado hasta el extremo de ni siquiera poder insinuar nada de lo que allí se expresara.

 

Tomé la espada desenvainada y me coloqué frente a cada uno. De este modo los Generales fueron, uno a uno, jurando. De inmediato les expresé:

 

"Señores Generales: La situación moral, política y económica del país ha llegado a su punto más bajo, haciéndose insostenible la seguridad de Chile. Mañana, 11 de septiembre, se juegan los destinos de la Patria. Para ello ocuparemos La Moneda y expulsaremos del gobierno al Sr. Allende y a sus cómplices. Sin embargo, se les dará la oportunidad para que salgan del país. Si hay resistencia armada, como hemos apreciado, nos emplearemos duramente con todos nuestros medios. Creo, señores, que cuanto más drástica sea la acción, mayor será la economía de vidas". Uno de los Generales señaló que tenían tiempo muy escaso para preparar órdenes, a lo que respondí: "Aquí se les entregan documentos de agrupaciones, para que Uds. los adapten y los cumplan como buenos soldados.

 

"Las columnas serán mandadas conforme al orden que se establece en estos documentos. Sin embargo, nadie debe moverse hasta mañana a las 07.30 horas. Un movimiento falso puede llevarnos al fracaso. Si la resistencia fuera creciendo en La Moneda, ella será bombardeada por la FACH, con el fin de evitar mayores pérdidas de vidas; en ese caso, las tropas se alejarán y marcarán su línea más adelantada. Posteriormente, pasada la acción aérea se reanudará el ataque con toda la potencia posible. Si esta noche, por delación o sospecha, yo fuese asesinado, seguirá en el mando de las tropas el General más antiguo (y mostré al General Bonilla); si éste cae, asumirá la conducción el General que sigue y así sucesivamente. Señores Generales, esta resolución no puede cambiar, detenerse, flaquear ni menos fracasar, pues en ella está en juego el destino de Chile; y la Patria, señores, está por sobre la vida de todos nosotros.

 

El alistamiento se efectuará durante la noche, conforme a la situación propia del alistamiento de un acuartelamiento. Pero recalco que nadie está autorizado para mover un hombre de cualquier Unidad. Se debe trabajar esta fase final bajo el mayor secreto y sólo debe conocerla Uds."

 

El General Palacios, que mandaba la agrupación de tanques, expresó que su mayor preocupación era el estado deficiente de la artillería de esos blindados, que no se podía emplear por falta de líquido de freno en los cañones. Esta deficiencia, que creaba un serio problema al Batallón de Tanques, estaría resuelta al amanecer, al emplear uno de las más rústicos sistemas que usaron los alemanes en la Segunda Guerra Mundial y que dio óptimos resultados: la utilización de un aceite similar al que se emplea en las máquinas de coser, que se ignoraba existiera en plaza, pero que, gracias a la diligencia de los integrantes de esa Unidad, fue ubicado en una compañía distribuidora de lubricantes.

 

Insistí que era fundamental evitar cualquier tipo de comunicaciones, por radio o por teléfono, de materias referidas a lo que se había ordenado para el alistamiento, por cuanto había una intercepción permanente. También quedaba prohibido el envío de mensajeros con documentos. Les recordé que si se había mantenido el secreto por meses, una indiscreción podía hacer perder todo en minutos. Con respecto a la preparación de las tropas, manifesté que se aprovecharía el acuartelamiento en primer grado que se iniciaba a las seis treinta horas del día 11; luego, hasta esa hora, todo debía dar la mayor apariencia de normalidad.

 

Durante la reunión se mencionó que la Escuadra zarparía esa tarde fuera de Valparaíso creándose con ello un ambiente de intranquilidad, pero que regresaría al amanecer del martes once al mismo puerto, con el fin de actuar en la operación. Se consideró además que este hecho era buena distracción táctica para los marxistas, pues su principal atención se iba a concentrar inicialmente en la Escuadra, lo que nos permitiría completar nuestros preparativos finales en la capital. Se dio a conocer, además, que para el ataque sobre La Moneda Carabineros retiraría sus efectivos apostados en ese lugar, con lo que se dejaba en libertad de acción al Ejército para poder actuar contra los paramilitares que se encontraban allí.

 

Después de conocerse el Plan de Operaciones, se formularon algunas dudas que fueron aclaradas. Al término de la reunión, nos despedimos con un fuerte abrazo, por si no nos veíamos más, y con la conciencia de la profunda responsabilidad que se asumía ante la Patria, la ciudadanía y la Historia de Chile. Después de esta despedida oficial, invité a los Generales a almorzar en la Comandancia. Invité también al General Gustavo Leigh.

 

El almuerzo se desarrolló en un ambiente de gran camaradería. Al término de él me despedí de los Generales, y luego llamé al Secretario General del Ejército, a quien siempre he considerado un jefe de máxima confianza. El preparó las comunicaciones radiales a todas las Guarniciones de Chile. Estos radiogramas quedaron cifrados para su despacho y en su texto se ordenaba "ocupar, de inmediato, todas las Intendencias y Gobernaciones del país", y aplicar la planificación dispuesta. Dichos documentos saldrían, en forma simultánea, antes de las 06.00 horas del día once, a todas las Guarniciones del país. Se calculaba que su cifrado estaría claro antes de las 07.30 horas.

 

Era conveniente desempeñarse normalmente y por tal razón el trabajo en la Comandancia en Jefe no tuvo ninguna variación hasta las 18.30 horas, cuando cité a otro grupo de Generales y después de juramentarlos sobre su discreción, como lo había hecho en la mañana, les expuse lo que se iba a realizar y les designé los puestos que desempeñarían en el Cuartel General del Comandante en Jefe del Ejército, para la acción del día siguiente. Prohibí nuevamente repetir cualquier información de lo que se había hablado en esta oportunidad.

 

Tal cual había sucedido con los Generales llamados esa mañana, recibí de estos tres Generales, el más amplio respaldo y un total apoyo a lo que se iba a realizar. De inmediato procedí a designar al General más antiguo como Jefe del Estado Mayor, al General que seguía como Jefe del Servicio de Inteligencia y al tercer General como Jefe de Operaciones. Manifesté a estos Generales mis preocupaciones y la necesidad de actuar en la forma más dura posible.

 

-¿Qué zona de país era, a su parecer, la más conflictiva?

 

-Una de mis mayores inquietudes era la Zona de Calama, por los antecedentes que teníamos de algunos grupos que trabajaban en Chuquicamata, y que, según se informaba, estaban armados y con buena instrucción de combate. Esto nos hacía pensar en la posibilidad de que la Unidad de esa ciudad quedara aislada, lo que podía dar tiempo a la llegada de refuerzos desde el exterior, como Fidel Castro se lo había prometido tantas veces a Allende. En tal situación podía formarse una "cabeza de valle", con el espacio suficiente para permitir a continuación la llegada de otros medios, además de todos los marxistas que se trasladaran a ese lugar desde otros puntos de país, para luego conformar una Unidad que sirviera de base para iniciar una resistencia de proyecciones incalculables. También determiné otros lugares del país donde podría efectuarse algo semejante.

 

Después de la orientación que se dio a estos Generales, se indicó que a las 07.30 horas del día 11 de septiembre se constituiría el Puesto de Mando del Comandante en Jefe en las proximidades de la Central de Telecomunicaciones del Ejército, para disponer desde allí de todos los enlaces con el conjunto de las Unidades y Guarniciones del país. Le recalqué al Jefe de Estado Mayor que si yo no llegaba a las 07.30 horas a ese lugar, él debería asumir el puesto para la conducción del pronunciamiento militar a lo largo de todo Chile.

 

Asimismo, insistí sobre lo que había dicho a los Generales en la mañana ese día: "Todo debe mantenerse normal hasta mañana a las 07.30 horas, pues cualquier movimiento de tropas no previsto atraería la atención del Gobierno, y que si llegara a descubrir lo planeado se corría el riesgo de fracasar y, con toda seguridad, se iniciaría una Guerra Civil de proyecciones incalculables y sin dar cuartel".

 

Eran cerca de las 20.00 horas cuando nos despedimos con las mismas demostraciones con que lo hiciéramos en la mañana con el grupo de los Generales Comandantes. Antes de salir del Ministerio de Defensa se me informó de los puntos que contendría la proclama del día siguiente, los que aprobé en el acto.

 

Sabiendo la necesidad, para engañar al adversario, de mantener actitudes muy normales, en que todo debe ser natural, llegué a mi domicilio y como siempre guardé el automóvil y dispuse que mi escolta personal fuera a comer. Salí un rato a la vereda y me entretuve jugando con el perro de la casa, como lo hacía todos los días. Luego caminé a lo largo de la cuadra cerca de media hora. En esta caminata fui interrumpido por el mayordomo de la casa, que venía a avisarme una llamada urgente. Era el oficial de Turno de la Guarnición, para decirme que se le había informado que una Unidad Motorizada venía saliendo desde el túnel de Chacabuco y se había detenido allí.

 

Me imaginé que algún señor comandante se había puesto nervioso, y ese nerviosismo podía echar por tierra toda nuestra planificación, por muy cuidadosa que hubiera sido. En tal emergencia decidí llamar directamente al Comandante de la Columna a que pertenecía esa Unidad. Sabía que el teléfono estaba intervenido. Consideré más apropiado usar el citófono del automóvil que, siendo tan riesgoso como el teléfono, tenía la ventaja de que podrían demorar un poco más en captar el significado de la comunicación. Así fue como llamé al General responsable, que me respondió que no sabía de tal movimiento de tropas; pero me permitió con ello frenar otros desplazamientos al decirle: "Mire, General, entiéndame que la Revista Preparatoria es el día 14, luego no se pueden traer unidades para el desfile antes, pues no olvide el problema de subsistencia que hay en las unidades de Santiago. Luego no tendría cómo alimentarlos. Fuera de ello está el déficit de combustible líquido que Ud. bien conoce. Le repito: nadie que venga a la Revista Preparatoria puede desplazarse antes de la fecha señalada ¿me entiende?". Creo que "entendió", pues no supe de otros movimientos de Unidades el resto de la noche.

 

Cerca de las 22:30 horas, apagué las luces y, como todos los días, permanecí en mi escritorio, que era siempre el último lugar iluminado de mi casa. Las costumbres no se modificaron.

 

-¿Pudo dormir algo?

 

-Debo confesar que esa noche fue la más larga de mi vida. No pude cerrar los ojos: la preocupación mayor que me embargaba era el temor a una posible delación de alguna persona infiltrada o que algún comandante de columna se anticipara en mover sus tropas y provocara una reacción del gobierno, cuyas brigadas paramilitares, movilizadas, podían llegar hasta paralizar la acción por medio de barricadas de vehículos pesados colocados en las carreteras de acceso a la ciudad. Contando los minutos y los segundos el reloj fue marcando las horas durante la noche. A las 05:30 horas pasé a la ducha y comencé a vestirme. Más o menos a las 06:30 horas sonó la campanilla del teléfono. Era un llamado de la telefonista de la casa de Allende, en Tomás Moro. Respondí si se tratara de una persona que recién despierta y debo haber estado convincente, porque sólo se me informó "que me iban a llamar más tarde". Me vestí rápidamente. A las 07:00 horas llegaron los vehículos que se habían citado para "ir a pasar una revista a Peñalolén". Poco después, a las 07:10 horas viajaba en el vehículo rumbo a la casa de uno de mis hijos. Allí permanecí algunos minutos contemplando a mis pequeños nietos que dormían sin saber lo que iba a ocurrir y pensé que la trascendental resolución adoptada era decisiva para su futuro, para su libertad, como me lo había dicho mi esposa tiempo atrás.

 

Subí al vehículo y ordené al conductor dirigirse a la Central de Telecomunicaciones, lugar donde estaba el Puesto de Mando del Comandante en Jefe del Ejército, adonde llegué faltando veinte minutos para las ocho horas. Cuando ingresé al patio de los vehículos salió a mi encuentro el General Oscar Bonilla, que estaba muy preocupado por mi retraso. Le señalé la razón de ello y me reuní con el personal que había venido conmigo y con otros del Comando en Jefe del Ejército y les expresé lo que sucedía. Con alegría pude comprobar que todos estaban felices por la decisión adoptada, con excepción de mi ayudante, que me expresó no estar de acuerdo con lo que se iba a realizar. Le acepté su posición, y dispuse su arresto inmediato en una sala del edificio de Telecomunicaciones del Ejército.

 

Después de una rápida revista y de algunos momentos de espera se sintió la Canción Nacional, que se transmitió por todas las radios revolucionarias de Santiago, y poco después de las ocho y media se escuchó la proclama de la Junta de Gobierno. Se fundamentó dicho documento en la gravísima crisis moral, social, política y económica en que, por incapacidad o por voluntad del gobierno, se había sumido al país, y en el desarrollo del terrorismo que llevaba a Chile a una guerra civil. Por último, se resolvía que el Presidente debía entregar su cargo a la Junta.

 

Se decretaba Estado de Sitio, debiendo la población permanecer en sus casas.

 

La proclama constituyó un tremendo golpe para Allende. Este habló telefónicamente con el Almirante Carvajal, quien le dijo que tenía orden de la Junta de Comandantes en Jefe de comunicarle que debía entregar el poder sin condiciones, y que esperaba un avión FACH para llevarle a él y a su familia a cualquier país sudamericano al sur de Panamá. El resto de los ocupantes de La Moneda debía rendirse de inmediato. Se cortó la comunicación.

 

He preguntado al Edecán Militar qué sucedió en La Moneda ese día 11 de septiembre. Este me expuso en síntesis, en el relato que sigue, los acontecimientos que le tocó vivir.

 

"El día de los hechos correspondía presentarme en la residencia de Tomás Moro a las 08:30 horas, lugar donde tenía citado al conductor, cabo 1º Luis Quintanilla Márquez.

 

"A las 08:00 horas aproximadamente recibí un llamado telefónico del cabo Quintanilla en que se me comunicaba que estaba en La Moneda esperando movilización y me manifestó que el Presidente se encontraba en Palacio. Este hecho no se lo había comunicado al infrascrito la Guardia de Palacio ni nadie relacionado con el presidente; cosa anormal, pues siempre que tal cosa sucedía se comunicaba al edecán de servicio. Agregó el cabo Quintanilla que algo anormal sucedía, pues el Palacio de La Moneda se encontraba rodeado de tanquetas de carabineros y dentro había mucho movimiento.

 

"Ante esta información resolví dirigirme de inmediato a La Moneda, donde llegué a la 08:30 horas de la mañana, notando gran congestión de tránsito e imponiéndome por la radio de una alocución del presidente en que se indicaba una situación anormal.

 

"Al llegar a La Moneda asumí de inmediato mis funciones junto al personal de Servicio y comencé a inquirir detalles de lo que estaba sucediendo, ya que en el interior se veía gran nerviosismo entre funcionarios de gobierno, y el presidente se encontraba nuevamente hablando por una emisora que aún no había sido silenciada.

 

"En este mismo lapso, se escuchó el Bando Nº1 de la Junta de CC.JJ. y Director General de Carabineros, y, verificada la autenticidad del comunicado, tuve completamente clara la situación. En ese momento eran aproximadamente las 09:15 horas de la mañana.

 

"Tomé inmediato contacto con los Edecanes Aéreo y Naval, en forma telefónica en primera instancia (al primero lo llamé a Tomás Moro y al segundo a su departamento en Bulnes 120). Alrededor de las 09:30 horas llegaron ambos edecanes, a quienes les sugerí solicitar una entrevista con el presidente para plantearle la realidad de lo que estaba sucediendo y conocer cuál sería la actitud que adoptaría.

 

"El presidente concedió de inmediato la audiencia, la que se efectuó en el Salón Privado del despacho, produciéndose un pequeño incidente entre el Jefe del Estado y su Guardia Personal, ya que estos últimos, indirectamente se mantenían vigilantes impidiendo la privacidad de la entrevista; el Presidente tuvo que intervenir violentamente en dos oportunidades, incluso debió cerrar la puerta para evitar la obligada vigilancia del personal del seguridad (GAP).

 

"Inició la conversación el Edecán Aéreo, quien le manifestó al Presidente la inutilidad de cualquier tipo de resistencia, manifestándole incluso que la FACH tenía dispuesto un avión para su salida del país, y él personalmente lo iría a dejar de acuerdo con las instrucciones del Sr. General Leigh. Posteriormente el infrascrito le manifestó la necesidad de evitar toda resistencia, ya que las tres FF.AA. y Carabineros actuarían coordinadamente si no deponía su actitud y todo sacrificio sería inútil, dada la gravísima situación que se vivía. Posteriormente el Edecán Naval le hizo ver la inutilidad de toda resistencia. Finalmente tomó la palabra el Presidente, quien manifestó que él no se entregaría por ningún motivo, pero que podría conversar con los Comandantes en Jefe si se establecían las condiciones propicias, mensaje que gustoso confiaba a sus Edecanes, pero que él ya había tomado una determinación y ella era que no se entregaría y, mostrando una metralleta de un modelo especial que tenía en su mano, dijo más o menos lo siguiente: "Con esta metralleta me defenderé hasta el final, reservando el último tiro para mí y me lo pegaré aquí", y simultáneamente mostraba su paladar.

 

"Luego dio una orden terminante a sus tres Edecanes, en el sentido de que regresaran en forma inmediata a sus Instituciones, cosa que ratificó minutos después, al salir del privado, comunicándolo en voz alta a funcionarios de gobierno que se encontraban en la Sala del Edecán de Servicio, manifestando más o menos lo siguiente: "He ordenado en forma terminante a mis tres Edecanes que regresen a sus Instituciones, cosa que harán de inmediato cumpliendo mi resolución".

 

"Me dirigí a mi escritorio, atendí un llamado telefónico desde mi casa, en que se ratificó que la acción terrestre venía de inmediato, y el bombardeo aéreo comenzaba a las 11:00 horas. En ese momento eran aproximadamente las 10:00 horas de la mañana. Esta información me la proporcionó mi esposa y lógicamente a ella y la familia les había causado profunda impresión.

 

"A partir de ese momento, y conforme a las instrucciones del Presidente, se levantó el servicio y el infrascrito se dirigió a la Casa Militar, donde se reunió con todo el personal, menos aquellos que estaban fuera de servicio (enfermos o libres). Les hizo ver la situación y les comunicó su resolución, incluso escuchó las dudas que tuvieran. Todos le manifestaron que lo seguirían donde les ordenare. En ese momento eran las 10:15 horas.

 

Se dirigió a continuación al Comando en Jefe del Ejército, tomando contacto inmediato con el Delegado del Comandante en Jefe General de ese lugar, General don Ernesto Baeza M., a quien orientó de la situación que se vivía en La Moneda y de lo obrado. Simultáneamente dirigió desde el Comando en Jefe la evacuación de su personal, el que llegó sin novedad a esa Repartición aproximadamente a las 10:45 horas, procediendo a presentarlos a las autoridades de esa Alta Repartición. Luego los instaló en el Ministerio de Defensa, conforme se le indicara. Las novedades que tenía del personal por su ausencia fueron solucionadas, por cuanto los que faltaban se presentaron en su totalidad y también los que por motivos del servicio no concurrieron a la reunión que cité en esa oportunidad, ya que erróneamente se habían dirigido a su domicilio".

 

Estos fueron los sucesos que presenció el Edecán Militar. Mientras tanto el combate aumentaba en las calles de Santiago y el ruido de las armas livianas se incrementaba en el centro. Pronto llegó la información de que las unidades acantonadas en el área externa de la ciudad avanzaban hacia el centro; pero los cordones industriales con que tanto se nos había amenazado no reaccionaron, y en aquellos lugares ubicados como bases de operación no se encontraba a nadie. Los héroes de la guerrilla habían huido o se habían refugiado en sus casas o habían ingresado a algunas Embajadas. Los que durante tres años sembraron y abonaron el odio empujando el país al enfrentamiento, cuando éste se produjo, huyeron como ratas.

 

Capítulo VIII. La Batalla de Santiago

 

-Volvamos a la noche del 10 al once de septiembre de 1973, cuando se iniciaba el alistamiento de las tropas bajo el pretexto del imprescindible acuartelamiento que fuera conocido por el propio Ministro de Defensa cuando en la mañana le di cuenta de la situación provocada por Altamirano. Esa noche se preparaban las armas y la munición para el enfrentamiento que venía el día 11.

 

Todos los antecedentes reunidos por el Servicio de Inteligencia y los que habían sido captados por los mandos subalternos indicaban que la jornada iba a ser larga, sangrienta y muy dura, pues los elementos paramilitares ubicados en las industrias y cordones de Santiago actuarían especialmente en las poblaciones, con la posibilidad de producir un gran número de bajas.

 

En la tarde del día 10 de septiembre los Cuarteles Generales de las unidades trabajaron intensamente y en el más estricto secreto para llevar a cabo las órdenes de las respectivas agrupaciones de combate, quedando éstas listas en su distribución al anochecer de ese día.

 

El trabajo continuó hasta después de medianoche en las unidades tácticas y de combate. Sin restar méritos al intenso esfuerzo que se desarrolló en las Planas Mayores, creo conveniente referirme en especial al Regimiento Blindado, en el cual, debido a la lamentable experiencia del mes de junio, ninguno de sus miembros quería revivir las desagradables horas vividas posteriores al "tanquetazo" (el sumario aún permanecía en desarrollo y su ex Comandante se encontraba detenido en la Escuela de Infantería de San Bernardo y otros oficiales en diferentes lugares).

 

Cuando el General Palacios ingresó a esa unidad e indicó los motivos de su presencia, se produjo un gran desconcierto entre los oficiales y la tropa. Pero esta incertidumbre yo la había previsto en mi oficina del Estado Mayor, cuando me desprendí de mi Ayudante y de Oficial de Ordenes, a quienes ahora los había enviado a ese Regimiento con una encubierta misión de dominar la situación que se iba a vivir. Y precisamente el día de la acción, fue la oportuna y decidida intervención de estos Capitanes ante los subordinados la que despejó las dudas, y la unidad se alistó integralmente.

 

A las 06.30 horas, las unidades estaban listas para actuar. La comunicación que preparé para enviar a todas las unidades de Chile ya se difundía en clave desde las 06.00 horas.

 

Antes de las 08.30 horas, el Cuartel General del Comandante en Jefe estaba instalado y funcionando. A esa hora se comenzaba a escuchar en todas las radios leales nuestra Canción Nacional y poco más tarde se leía la proclama en la cual se comunicaba al país que se ponía fin al régimen marxista que por tres años había tratado de destruir la República y sus instituciones con el fin de implantar el comunismo.

 

Desde antes de la hora prevista algunas acciones de combate se iniciaron en virtud de la aplicación de la Ley de Control de Armas, según estaba previsto en los Planes de Combate, desarrollándose diversas acciones tácticas que fueron creciendo en forma vertiginosa hacia el centro de la ciudad.

 

-¿Cuáles fueron las primeras reacciones que Uds. advirtieron de parte del Gobierno?

 

-Desde un principio, Allende trató de ganar tiempo, convencido de que sus grupos paramilitares lo apoyarían con todas sus fuerzas, pero ello era sólo una utopía, pues los líderes que habían soliviantado a los trabajadores en esos tres años fueron los primeros que se ocultaron, huyeron o se refugiaron en alguna Embajada. Además, la traición a Chile, que este ególatra había cometido mientras encabezó el gobierno, ya había sido captada por la ciudadanía, y ahora primaba más en ella el sentimiento de la Patria amenazada, que los engaños y alucinaciones inculcados desde Rusia o desde Cuba. Por tales motivos, Allende quedó absolutamente solo, con excepción de un pequeño grupo de fanáticos que aceptó ciegamente una lucha para ellos sin destino.

 

La Operación Silencio de la Radiotelefonía se había cumplido rápidamente, conforme a las modificaciones que fueron introducidas el 4 de septiembre de 1973 en el Plan Ejecutivo de Seguridad Interior "Hércules". Sólo nos quedaba la Radio Magallanes, que fue silenciada cerca de las 10.40 horas.

 

-Presidente, me gustaría conocer su relación de los momentos que entonces vivió Ud. en el Cuartel General del Comandante en Jefe del Ejército.

 

-Después de mantener un enlace radiofónico permanente entre el Puesto de Mando del Almirante Carvajal y el Puesto de Mando del Comandante en Jefe del Ejército sobre el desplazamiento y la acción de las tropas, llegó por citófono la información de que Allende se había suicidado. Era poco más de las 10.30 horas. Al preguntarle a Carvajal por esta noticia, me respondió:

 

"Augusto, lo del suicidio era falso, ahora acabo de hablar con el Edecán Naval, Comandante Grez, y me dice que él y los otros dos Edecanes se van a retirar de La Moneda y se vienen hacia el Ministerio de Defensa."

 

Le encargué al Almirante Carvajal buscar al Jefe de Carabineros, para decirle que retirara sus tropas de la Casa de Gobierno, porque La Moneda iba a ser bombardeada por la FACH. Me respondió que los Carabineros estaban retirándose de la Moneda en ese momento, y que el General Brady estaba informado para que no se les disparase cuando éstos evacuaran el Palacio.

 

De inmediato recibí un nuevo llamado de Carvajal para decirme que lo había llamado el Secretario de Marina, Domínguez, para retransmitir la solicitud de Allende de que fueran los tres Comandantes en Jefe a pedir la rendición ante el Presidente de la Moneda. Mi respuesta fue:"Tú sabes que este señor es chueco; en consecuencia, si él quiere rendirse, que venga al Ministerio de Defensa para entregarse a los tres Comandantes en Jefe". La respuesta de Carvajal fue ésta: "Hablé personalmente con él en nombre de los Comandantes en Jefe y contestó una serie de groserías". De inmediato ordené que se bombardeara la Moneda. Para ello era previo evacuarla; luego había que asaltarla, y así su ocupación resultaría más fácil y con menos derramamiento de sangre.

 

-¿Se consideró la situación del personal de Carabineros de guardia en La Moneda?

 

-Pronto fui informado de que el General de Carabineros César Mendoza ejercía el mando de su Institución y que el General Yovane mandaba los Carabineros que rodeaban La Moneda. Asimismo, que ya no había Carabineros ni personal del Ejército dentro de La Moneda, lo cual nos dejaba en libertad para iniciar el bombardeo si Allende y sus GAP no se rendían.

 

Repentinamente se me ocurrió que Allende podía haber huido en alguna tanqueta de Carabineros. Pregunté si ello habría sido posible, a lo que Carvajal me respondió que no, por cuanto las tanquetas se habían ido antes y posteriormente él había hablado por teléfono con Allende y más tarde había conversado con el Edecán Naval, quien le confirmó que Allende estaba en La Moneda.

 

Poco después el Comandante en Jefe de la Fuerza Aérea pedía allanar los estudios de Radio Magallanes, que continuaba transmitiendo. Luego se discutieron algunos puntos para la proclama de los Comandantes en Jefe y del General Director de Carabineros.


A las 10.50 horas, me llamó el General Leigh a mi puesto de mando, pero no fue posible hablar con él, por lo cual recuperé el contacto con el Almirante Carvajal, quien me informó que el General Mendoza estaba en comunicación con él y con el General Brady, y que la acción de la tropa estaba bien coordinada.

Con estos antecedentes le comunico al Almirante Carvajal que diez para las once daré la orden de bombardear La Moneda. En consecuencia, a esa hora, las tropas deben estar replegadas a dos cuadras de La Moneda. A las 11.00 en punto se iniciará el bombardeo, para lo cual las tropas se protegerán en los edificios con el fin de permitir la acción de la aviación sin riesgo de sufrir daños.

A tal objeto se le comunica al General Leigh que en ningún caso inicie el bombardeo sin conocer exactamente la situación terrestre. De todo esto se le informa al General Brady.

En esos momentos se nos comunica que las brigadas socialistas piensan atacar el Ministerio de Defensa. Además escucho disparos fuera del Puesto de Mando.

Antes de salir, doy la orden al Almirante Carvajal y al General Baeza que se dé el alerta a la gente del Ministerio, pues hay un Plan para esa eventualidad; todos con las armas automáticas en las ventanas y con tiradores escogidos deben batir a los francotiradores.